Depresjon era su nombre. Comenzó a existir desde que cumplí los 4 años, al principio sus apariciones eran esporadicas, raras; lo triste es que nadie me creyó que existía y luego de intentar de convencer a mis padres y compañeros más cercanos hasta el cansancio, terminé por rendirme.
Comforme fui creciendo sus apariciones fueron más constantes, Depresjon no era un amigo imaginario ni mucho menos, él no venía a pasar un buen rato conmigo ni mostrarme el lado bueno de las cosas; al principio mi cerebro no era capáz de comprenderlo y para mi no era nada más que un alucine sin sentido y que jamás lograría influenciarme: estaba totalmente equivocado. El mundo que nos parece un campo de juegos cuando somos niños se torna un campo de batalla con los años y Depresjon lo sabía, él venía a acentuar todos y cada uno de los detalles drásticos de mi vida.
Aprendí a lidiar con él hasta que empezó a aparecer por las noches, a presioname la cabeza y soplarme en los ojos hasta hacerme llorar, siempre en solitario, siempre solo, Él no contaba pero si afectaba, JÁ. Cierta ocasión traté de pelear con él, de desmembrarlo de una vez por todas, lo que antes no había tenido importancia ahora estaba interfiriendo con mis planes de llevar una vida normal y hasta cierto punto placentera, tomé unas tijeras las cuáles eran mi arma más cercana y alcancé a enterrarlas profundamente en uno de sus ojos, a lo cuál éste respondió con una grotesca sonrisa de oreja a oreja. Sorprendentemente, el tipillo no me atacó, se limitó a hacerme dormir, se limitó a hacerme viajar.
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Aparezco en un planeta helado cubierto a su totalidad con altas llamaradas de fuego azul, a lo lejos se ve un gran hormiguero tapizado de avispas carnivoras, sé que es un sueño, también sé que es obra del malnacido Depresjon (acaso siquiera nació?), y mi certeza de estar harto de este tipo de viajes es aún mayor que la última vez (he de decir que al principio disfrutaba de esta dosis de locura) pero aún así, me dispongo a correr, el pánico sucumbe mi cuerpo y debilita mis piernas. Pronto me topo con un gran charco de lodo verde que parece haber sido escupido por Hernán Cortés (eh?). El charco de Cortés aumenta en profundidad y tamaño comforme mi respiración se altera y la solución es dejar de inhalar aire.
En la escuela me enseñaron que respirar es un hábito involuntario del cuerpo y que no podemos detener pero vaya mi sorpresa al ver que tenía ya 2 minutos sin hacerlo, veía puntitos de colores y con tal de no caer en el charco de Cortés, siento como mi cerebro se va apagando foquito a foquito hasta quedar en cero.
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Volver a mi habitación no fue fácil y ahora estaba más exhausto que cuando me fui. Mirarme al espejo me provocó gran curiosidad y al hacerlo me percaté de mi cara arrugada, canas en el 90% de mi cabellera y huesos viejos además de un olor a deterioro. He envejecido en depresión, el tipejo Depresjon fue o no fue un ser ficticio pero las consecuencias de su supuesta existencia sí fueron reales...
Ahora me ha dejado, ya que echó a perder mi vida, pudrío mis ansias de salir del hoyo en el que estaba y me separó de mis seres queridos y amantes; lo único que me dejó fue vicios y una vejez prematura. Encantador, no?
Encantador...
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