Algo sucedió aquella mañana caliente de julio en la que mire al espejo y me di cuenta de que el que se reflejaba era un desconocido que algún día llegué a conocer, ¿vaya juego ridículo de palabras, no?
Tratar de salir del desierto me costaría bastante y en el fondo no estaba seguro si quería hacerlo. El sufrimiento causado por el cansancio, insolación y deshidratación me hacían sentir más vivo que nunca. Ver como mi piel se empezaba a perder, sentir como los ojos se me cerraban y oler el tostado de mi propio cráneo me daba una sensación enferma de orgasmo artificial que no podía desprender de mi absurdo pensamiento. ¿Es que acaso estoy empezando a disfrutar de mi propia perdición?
El desierto de la soledad no es más que un amigo que te invita a la reflexión y autodestrucción cuando se ha hecho demasiado tarde.