Hoy desperté con un dolor de cabeza tan asqueroso que hubiese preferido me hubieran estado pateando los huevos; un par de paracetamol no ayudaron, las pastillas en conjunción con el cuarto oscuro y la ricura de mi almohada tampoco ayudaron, desayunar tampoco lo hizo y luego de menos de un par de horas tuve que agarrar camino rumbo al ITSON a las 12 del medio día. Cada paso fue como un clavo de mayor grosor conforme avanzaba, el asco y la enfermedad incrementaban mientras el sol se introducía como un parásito por mis ojos y exprimía mi cerebro de venas hinchadas. Al fin llegué a la tiendita en la entrada de la escuela.
- ¿Tienes cafiaspirinas?
- Sí...
- ¿A cómo las das?
- "$1.50, quieres una?"
- "Dame 4 y una cocacola"
Aunque había llegado a pensar dentro del alucine causado por el dolor que quizás moler la aspirina y aspirarla como si de perico se tratara me ayudaría a calmar el dolor de una forma más rápida y efectiva, opté por ser más tradicional y masticar un par, pegarle unos tragos a la coca cola y luego masticar el otro para acabar con las cuatra pastillitas y esperar a que un milagro ocurriese.
Cual fue mi sorpresa cuando el dolor comenzó a ceder a los 15 o 20 minutos luego de ingerir las locoaspirinas y más rico fue ya que salí de la clase y me vi inundado de una livianez corporal exquisitamente placentera, ahora cada paso no significaba un martillazo en la cabeza, por el contrario, pareciera que mis piernas estaban rellenas de helio y que mi cerebro estuviese cubierto por una capa de fresco vaporub. Fue interesante no nada más relegar el asqueroso dolor sino atraer las vibras positivas que neptuno (o la cafeina y demás quimicos) me proporcionaron.